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16 de noviembre de 2020

Una segunda oportunidad

 - ¿Y ya está? ¿Eso es todo? - me pregunta ella sin tan siquiera mirarme a la cara.

- ¿No sé qué más quieres que haga? Ha sido mi elección...

- Siempre hay otra opción. Debiste pensártelo mejor.

- No podía más con todo esto. Llevo mucho tiempo sufriendo.

- ¿Y crees que esta ha sido la mejor solución? ¿En serio? - por primera vez me mira, debajo de su capucha negra vislumbro su rostro del color de nácar. Lo cual en otra ocasión me hubiera asustado, sin embargo, esta vez ni siquiera me sobresalté.

No sabes lo que es perder a alguien que quieres tanto. - de forma casi inconsciente inclino la vista hacia el suelo.

- Cierto, no lo sé. Pero he visto su sufrimiento... Y también el de los demás.

- Pues es un sentimiento que te ahoga, te hunde tanto que parece que vayas atravesar el suelo. Solo piensas en cuándo llegará tu hora.

- Aaaihh - suspira - Tantos mortales temerosos de la muerte, mientras otros la desean. Es irónico.

- Puede... Pero pienso que ha sido lo mejor que he podido hacer.

- ¿Con lo "mejor", te refieres a lo más fácil?

- Bueno... Algo así

- Entiendo. ¿Y qué crees que pensaría Natalia?

- ¿Conociste a Natalia? - no puedo evitar poner cara de asombro y al instante caigo en la cuenta - Ah, sí... Por supuesto. - dejo escapar una pequeña sonrisa agridulce - Pues estaría feliz de volver a encontrarnos.

- ¿Y qué más?

- ¿Cómo que qué más?

- Su primera impresión sería de felicidad, pero después... ¿crees se alegrará cuando se entere de lo que has hecho?

- Eh, pues...

- Dilo. Sí o no.

- ¡No! - grito y me tapo parte de la cara con las manos - Por supuesto que no.

- Ahí está. Ella es una persona buena que te quería mucho. Le romperá el corazón saber que te has suicidado por ella.

- Ya está hecho.

- Hecho está, pero ¿y sí pudieras regresar y vivir por ella?

- ¿Podría?

- Sí. Aún no estás muerto.

- Pero si me arrojé desde la azotea. ¿Cómo puede ser eso?

- Eso amigo mío, los de arriba lo llaman milagro. - hace una señal con el dedo - Parece que alguien está velando por ti. Aprovechar esta oportunidad solo depende de ti. ¿Qué vas a hacer ahora?

- Viviré. Viviré por mí mismo, por mis amigos, por mi familia y también por Natalia. - inconscientemente aprieto los puños

- Así me gusta.

- ¿Y cómo vuelvo?

- Cierra los ojos y confía en mi - le hago caso, cierro los ojos con fuerza. - no los habrás aún - noto como pone su huesuda mano sobre mi rostro, me da un poco de repelús, pero aguanto para no manifestarlo.

Pese al sentimiento de repulsión al inicio, su mano se empieza a volver más suave. El frío que antes emanaba de ella ahora es calidez, una calidez que se extiende por mi cara y empieza a bajar hasta invadirme todo el cuerpo. De entre la oscuridad surge un pequeño punto de luz, que se va, poco a poco, haciendo mayor, a tal punto de cegarme. Si no tuviera ya cerrado los ojos, por acto reflejo, lo hubiera hecho, lo que hice fue apretar más mis párpados. Todo se hizo luz y calor.

- Parece que reacciona - escucho de nuevo una voz femenina y dejo de notar la presión de la mano.

Abro los ojos. Pestañeo varias veces para recuperarme del destello anterior. Delante mía me encuentro una mujer con bata de hospital, piel blanca y cabellos negros. Una doctora. Miro a mi alrededor de forma alterada, este lugar parece ser un hospital. Vuelvo a mirar a la doctora y observo como tras guardarse en el bolsillo lo que intuyo que es una pequeña linterna, me dedica una amigable sonrisa.

- Me alegra ver que has decidido volver.



26 de octubre de 2017

Criaturas y leyendas - El hombre lobo de Bedburg

En aquella noche el odio y el miedo se entremezclaban en la iglesia del pequeño pueblo alemán de Bedburg. Peter Stumpp, el acusado, inclinó la cabeza hacia atrás y olisqueó el aire.
-Señor Stumpp, ha matado a decenas de víctimas. Muchas de ellas eran niños pequeños. ¡¿Cómo ha sido capaz?! -

Peter no cambió la expresión de su rostro - ¿Por qué piensa que fui yo?-
Antes de que el sacerdote pudiera continuar, se levantó uno de los aldeanos y encendido empezó a vociferar - ¡Sabemos lo que eres! ¡Eres un asesino!-

-¡Schneider, guarde silencio!- ordenó el clérigo con una fuerza atronadora. Cuando el señor Schneider volvió a su asiento, prosiguió – Algunos de los que aquí nos encontramos hemos contemplado la escalofriante escena que ha dejado en su casa. Ha despedazado a su propio hijo. Y no sólo a él, hemos encontrado una trampilla en la que escondía restos humanos. Restos de lo que antes fueron nuestros vecinos y amigos, nuestros hermanos y hermana, madres e hijos.

Por toda la sala se desencadenó una oleada de llantos, improperios e incluso de plegarias.

-¡Monstruo! – gritó de nuevo Schneider.

-¡Eres una abominación! – añadió el leñador del pueblo.

-Ahora confiese – continuó - ¿Por qué lo hizo?

-¿Por qué lo hice? No lo entenderíais.-

-No, no lo entendemos, es por eso que lo diga ante el pueblo y ante Dios para ser juzgado- proclamó  el sacerdote

-Está bien, si así lo queréis. Sí, fui yo quien los mató, es más, los devoré. Lo hice porque tenía hambre.

Se hizo el silencio, la multitud se quedaron pálidos y mudos, parecían muertos en vida. Nadie atrevió a hablar, solamente se oía el viento entrando por los agujeros del destartalado edificio.

Stumpp giró la cabeza e hizo un barrido general con la mirada, entonces rompió aquel aterrador silencio – Como ya he dicho, no es por diversión, es por necesidad. Tenía que alimentarme.
El viejo clérigo salió de su letargo mental - ¡Necesidad! Nadie necesita comer la carne de su hermano.

-Yo sí. Recordáis hace veinte años cuando por poco muero por culpa de aquella terrible fiebre, llevado casi a la locura anduve como pude al interior del bosque y allí me encontré al Diablo.

31 de mayo de 2017

Criaturas y leyendas - La extinción de los dragones

Era una noche como otra cualquiera en el orfanato. Todos los niños nos reunimos en la sala más grande y nos sentamos en el suelo a la espera de Lim. Entró un hombre grande y grueso, con expresión amigable en el rostro, era Lim. Como todas las demás noches se sentó frente a nosotros y después de vislumbrar nuestras infantiles caras de impaciencia, empezó a hablar.

-Hola niños. ¿Qué historia queréis que os cuente hoy?

Se inició un revuelo entre los niños y niñas. –Cuenta otra vez la historia del príncipe- dijo Mari.

-Yo quiero la de Aníbal, el rey de los hunos.- dijo Lucas.

-No, no quiero esa historia.- protestó Peter.

A éstas le prosiguieron otras peticiones y opiniones, pero la gran mayoría se pisaban unos a los otros y se hacían incomprensibles.

-Silencio, niños. Silencio- intervino Lim, todos se callaron, atentos a sus próximas palabras. –Hoy va a elegir la historia Yenna, que aún no ha dicho nada.- Al oír mi nombre me sonrojé. –Dime Yenna, ¿qué cuento quieres que narre?

Me quedé pensando un rato ¿qué cuento quería yo? Se me vino a la mente una historia que me solía contar mi padre para que me durmiera. –Quiero que nos cuentes la extinción de los dragones.-

El cuentacuentos sonrió –No es una historia que me suelan pedir, aunque es una buena historia- se dirigió a la chimenea y alimento el fuego –acercaos y poneos cómodos, os voy a contar una historia que sucedió hace más un siglo…

25 de septiembre de 2016

Criaturas y leyendas - El devorador de sueños

La joven Yuki abrió los ojos en mitad de aquella noche, aún se encontraba cansada del día anterior y le parecía extraño haberse despertado de madrugada con el sueño tan profundo que suele tener de uno de tantos días agotadores. ‘Volveré a dormirme’ se dijo a sí misma, pero le era del todo imposible cerrar los ojos, es más, se dio cuenta de que  tan siquiera parpadeaba. ‘¿Qué raro?’ Intentó incorporarse en su cama con sábanas de tonos azulados, pero le fue del todo imposible, ni las piernas ni los brazos le respondían, estaba totalmente inmóvil. Como paralizada. ‘¡¿Qué me pasa?!’

Oyó un crujido y por el rabillo del ojo vislumbró una sombra que cruzó la habitación fugazmente. Una figura oscura le oprimía el pecho, era bastante pesado. Con dificultad bajó la mirada y al ver aquello su frente se perló de ese sudor frío que sólo se produce cuando alguien está aterrorizado. La
respiración empezó a agitarse, lo que provocó más presión en su torso debido al vaivén de pecho. Si hubiese podido gritar, se hubiera quedado gritado hasta quedarse afónica. Era un ser negro, de ojos amarillos y lengua viperina. Como el ser cuyos cuentos le contaba, de pequeña, su abuela. Su abuela le contaba que había un demonio que se colaba en habitaciones por las noches, paralizaban a quienes allí dormían y succionaba su vigor hasta dejarlos sin un ápice de vida.


Aquel ser se relamía y rasgaba con sus sucias garras el pecho de la mujer, provocando unos sonidos sobrecogedores que pondrían la piel de gallina a cualquiera. Al día siguiente sus padres encontraron horrorizados a su hija, petrificada, sin vida y sus sábanas habían adquirido un color morado fuerte, debido al rojo oscuro de su sangre

10 de abril de 2016

Criaturas y leyendas - El monstruo del Lago Ness

Hace ya 66 millones de años atrás, la Tierra fue golpeada por un asteroide, el cual causó la extinción de los dinosaurios, gobernantes en aquella época tan exageradamente distante, y el inicio de la revolución y reinado de los mamíferos.

Mas, no todos aquellos enormes reptiles de dientes puntiagudos como dagas perecieron por la catástrofe, pues varias personas han visto o, incluso, fotografiado a un ser semejante a un dinosaurio marino en el Lago Ness, situado al norte de Escocia.

“El agua se encontraba enturbiada cuando divisé un objeto con aspecto rugoso, achiné los ojos y enfoqué hacia aquello que se elevaba sobre el agua: se trataba de una cabeza grisácea.  Poco a poco descubrió, parcialmente, su cuerpo repleto de escamas, tenía un extenso cuello que sostenía una diminuta cabeza, en proporción al enorme tronco del extraño animal. El cuerpo en sí era nudoso y parecía áspero al tacto, con dos o tres abultaciones en la grupa (no era capaz de distinguirlas con claridad), similares a las jorobas de los camellos.”

“Estaba incrédulo ante lo que mis ojos estaban viendo. Pasado un tiempo, en el cual me aseguré de que mi vista no me estaba jugando una mala pasada, aparté la mirada de aquella extensión de agua para buscar mi móvil en el bolsillo con el fin de fotografiar a lo que parecía un dinosaurio. Al volver a mirar, ya no estaba, lo único que quedaba de él era la agitación del agua en forma de hondas.”


Según se cuenta dicho animal podría ser el último dinosaurio que haya existido hasta la fecha. Un dinosaurio que se ha ocultado bajo un oscuro manto de agua que los separaba de los ojos de la humanidad.



6 de marzo de 2016

Criaturas y leyendas - El Cortijo Jurado

Eran finales del siglo XIX, María estaba encerrada con llave en una de las habitaciones del sótano. Tras horas de gritos sobrecogedores y de llantos ahogados, tenía un dolor persistente en la garganta y las lágrimas que le habían caído por su infantil rostro se habían secado, haciendo visible trazos salinos, que partían desde sus ojos irritados. Sin embargo no desistió en la tarea de pedir auxilio. Lo que ella desconocía que la hacienda de sus captores estaba situada a varios kilómetros al este del núcleo urbano de Málaga. Por lo que nadie más que los apresadores eran capaces de oír tanto temor. El sufrimiento de la pequeña era música melodiosa para sus oídos, se deleitaban con ello.


Por los pasillos de la casa resonaba un reloj de pie que daban las once menos cuarto. Desde el otro lado, alguien empezó a trastear la puerta. La chica se encogió en una de las esquinas de la habitación, de tal forma que la cara era tapada por sus propias rodillas y una cascada de cabellos color pardo. Ya no se oyeron más sonidos metálicos de la cerradura, la niña apretó las rodillas contra su pecho e hizo un llanto sordo. Una silueta con una túnica y una capucha del color de la noche se le acercó y la levantó con brusquedad del brazo.  La arrastró por un pasillo hasta llegar a una amplia sala, aunque la chica se resistió, el encapuchado, que parecía ser un hombre, poseía más fuerza que ella y eso sólo le sirvió para que él le oprimiera más firmemente de la muñeca.

En la sala se encontraban cuatro encapuchados más, todos dispuestos alrededor de un geométrico símbolo dibujado en el suelo. Cada uno de ellos portaba un cirio oscuro encendido, que era lo único que alumbraba aquella tétrica escena. Colocaron a la joven en medio de ellos y su captor pretendió desvestirla con abrumadora violencia mientras los demás alzaban canticos en una lengua ya muerta, pero ella consiguió liberarse de las vastas manos del hombre, con tan mala suerte de caer al suelo. La chica se apresuró a ponerse en pie, mas una sexta silueta apareció con un cuenco en una mano y algo que relucía en la derecha. Se quedó mirándolo, absorta, tenía miedo pero cuando se unió a los cánticos su voz era agradable al oído y suave como el sonido de la brisa. Se quedó inmóvil, cautivada por aquel sonido.

Quien la hubo dejado escapar volvió a agarrarla, esta vez de ambas muñecas y el de la voz cautivadora se acercó colocando lo que portaba en la mano derecha, una daga, contra el cuello de la niña y debajo, de él, el cuenco. El silencio se hizo en la boca de todos los presentes y él susurró una estrofa de forma pausada y perfectamente audible para la niña, pero ella era incapaz de comprender el idioma. Al articular la última letra, hizo  un rápido gesto con el cuchillo y acabó con la noche de terror que hubieron causado a la joven.


Aquella fue el primer asesinato en aquella finca, sin embargo, no se trató del último, pues le continuaron cuatro asesinatos de jóvenes vírgenes más, cada cual fue torturada y sacrificada con más brutalidad que la anterior. La leyenda cuenta que los espíritus de aquellas víctimas quedaron atrapados entre aquellas cuatro paredes y, al no encontrar su descanso eterno, atormentaron a la familia Larios, hasta el punto de llevar al Marqués de Larios a la locura. No contentas con ahuyentar a cualquier familia que haya vivido en aquella hacienda, atormentan a todo aquel que ose entrar en su morada.



Fuentes: 





12 de septiembre de 2015

Criaturas y leyendas - Wendigo

Los pueblos amerindios han callado lo que ya hace siglos hubo pasado, ocultando la siguiente
historia, que para ellos se convirtió en tabú.

Hace mucho tiempo, al sur de lo que hoy en día se conoce como Quebec, vivían los algonquinos, una tribu de indígenas compuesta en su totalidad de orgullosos y diestros cazadores. Allá por los meses de inviernos los cazadores más destacados se adentraban en el gélido bosque en busca de un buen ejemplar de wapití macho (la especie de ciervo de mayor tamaño, autóctono de Canadá) para realizar un sacrificio en honor a sus dioses.

En el período de la caza, arremetió contra los hombres una terrible ventisca que hizo que dos de ellos se separasen del grupo y se perdiesen en las profundidades del boscoso terreno. Dos, tres e incluso cuatro días pasaron los dos desventurados compañeros caminando casi sin fuerzas, ni comida, hambrientos, ni tan siquiera una gota de agua con la que saciar sus resecas gargantas. En la caminata sin rumbo el más joven se desplomó, desmayado, en el suelo. Su compañero lo agarró de una de sus extremidades y lo arrastró, como pudo, hasta el interior de una oscura cueva. En la cual encendió un fuego y acercó al desfallecido guerrero a calentarse, pero ya era tarde, el joven no respiraba, ya no notaba el subir y bajar de su pecho. Sabía que el destino le deparaba la misma suerte. Le aterraba la muerte. Aquella idea lo enloqueció. Cogió su cuchillo de caza y abrió el pecho del cadáver por la mitad, comió de su corazón, ya no tuvo más hambre; bebió de su sangre, ya no tuvo más sed.

Del interior de la cueva emergió un gran animal con cuernos en forma de la copa de un árbol seco, con un pelaje de color castaño, era su presa, era el wapití. Se acercó  al animal, el cazador tenía unos ojos que hipnotizaba al ciervo. Ya no necesitaba armas para acabar con su vida, puesto que tenía la fuerza de dos hombre; ya no temía a la muerte,  puesto que lo que habitaba en su corazón ya no era humano, era salvaje, su locura lo había convertido en un depredador (el gran cazador de la naturaleza).

Se puso del wapití su cráneo como corona y su pelaje como manto; y, según las leyendas de los algonquinos, los dioses lo castigaron por su acto de canibalismo. Sus manos se convirtieron en afiladas garras, sus piernas en ágiles patas, sus oídos en puntiagudas orejas capaces de distinguir un susurro a poco menos de un kilómetro de distancia y sus dientes en colmillos con los que despedaza la carne humana y fue condenado a comer solamente carne humana y a beber sangre de los que antes eran sus iguales.


Ahora su presa son los excursionistas que se atreven a entrar en su bosque. Les hace sentir el miedo tras sus espaldas, susurrando sus nombres con una voz gutural, para que huyan hacia la parte más profunda y oscura del bosque para, allí, hacerse con sus poderosos corazones y su saciante sangre.