En el principio de los tiempos sólo existía en todo el
universo un único ser, Dios, que creó a partir de su propio pensamiento a sus
primogénitos (los ángeles), y, entre ellos, destacaba un grupo de ángeles,
denominados “arcángeles”, que entre ellos se encontraban nombres como: Remiel,
Sariel, Uriel, Rafael, Gabriel, Miguel o, la mano derecha de Dios, Samael. Sin
embargo, aún con dicha compañía, Dios sentía que le faltaba algo, pues los
ángeles eran tan semejantes a él que eran prácticamente perfectos. Así pues, al
Creador del Universo, se le ocurrió crear a otro conjunto de seres menos puros,
más imperfectos y que tuviesen la capacidad de elegir entre el bien y entre el
mal a libre albedrío. Los llamaría hombres y mujeres.
Samael no compartía
la idea de su señor, pues no le era concebible la idea de crear a unos seres
inferiores para tener la obligación de educarles. Mas, Dios no hizo caso de su
opinión y puso en marcha la empresa y creó a Adán, el primer hombre, y Eva, la
primera mujer. Dios dejó al hombre y a la mujer vivir en un paraíso conocido
como Edén, pero sólo tenían una regla: no comer del árbol de frutos rojos (el
árbol prohibido). El astuto Samael, a escondidas de Dios, se apareció ante Eva,
la más curiosa de los dos y la engañó para que cogiera alimentos de aquel árbol
y lo compartiese con Adán. Al enterarse Dios se enfureció y los desterró al
cruel mundo que en el que en la actualidad mora el ser humano.
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