30 de octubre de 2016

Una flecha y un puñal

Una flecha de oro
me hizo enamorar,
me hizo por un instante volar.

Mas, un puñal medio roto
se cernió sobre mi felicidad
y el corazón me hizo sangrar.

Ya no lloro, ni miento.
Ya no odio, ni entristezco.
Ya no quiero, ni agradezco.
Ya no amo, ni siento.

Ya no hay más corazón que herir,
pues hace tiempo que dejó de latir. 

17 de octubre de 2016

Un mundo azul en un universo negro

Danzo sobre una blanca perla
en medio de la negra nada.

Un blanco sin vida,
 un negro sin alma.

Una gran esfera de cristal ,
de igual color del zafiro,
se posa ante mi mirada.

Una esfera que alberga vida,
una esfera que alberga alma.

Miro yo, aún pequeño,
y pregunto con la mirada
“¿Qué es eso, padre?
¿Qué es esa joya
que a mi corazón llama?”

Mi padre contesta sonriente
“Eso tan fantástico,
a lo que todos nosotros
soñamos alcanzar”

“Eso, pequeño mío, es la Tierra.
Y algún día, te prometo,
juntos, la vamos a visitar”



25 de septiembre de 2016

Criaturas y leyendas - El devorador de sueños

La joven Yuki abrió los ojos en mitad de aquella noche, aún se encontraba cansada del día anterior y le parecía extraño haberse despertado de madrugada con el sueño tan profundo que suele tener de uno de tantos días agotadores. ‘Volveré a dormirme’ se dijo a sí misma, pero le era del todo imposible cerrar los ojos, es más, se dio cuenta de que  tan siquiera parpadeaba. ‘¿Qué raro?’ Intentó incorporarse en su cama con sábanas de tonos azulados, pero le fue del todo imposible, ni las piernas ni los brazos le respondían, estaba totalmente inmóvil. Como paralizada. ‘¡¿Qué me pasa?!’

Oyó un crujido y por el rabillo del ojo vislumbró una sombra que cruzó la habitación fugazmente. Una figura oscura le oprimía el pecho, era bastante pesado. Con dificultad bajó la mirada y al ver aquello su frente se perló de ese sudor frío que sólo se produce cuando alguien está aterrorizado. La
respiración empezó a agitarse, lo que provocó más presión en su torso debido al vaivén de pecho. Si hubiese podido gritar, se hubiera quedado gritado hasta quedarse afónica. Era un ser negro, de ojos amarillos y lengua viperina. Como el ser cuyos cuentos le contaba, de pequeña, su abuela. Su abuela le contaba que había un demonio que se colaba en habitaciones por las noches, paralizaban a quienes allí dormían y succionaba su vigor hasta dejarlos sin un ápice de vida.


Aquel ser se relamía y rasgaba con sus sucias garras el pecho de la mujer, provocando unos sonidos sobrecogedores que pondrían la piel de gallina a cualquiera. Al día siguiente sus padres encontraron horrorizados a su hija, petrificada, sin vida y sus sábanas habían adquirido un color morado fuerte, debido al rojo oscuro de su sangre

15 de agosto de 2016

Criaturas y leyendas - Lucifer, el Rey del Infierno

En el principio de los tiempos sólo existía en todo el universo un único ser, Dios, que creó a partir de su propio pensamiento a sus primogénitos (los ángeles), y, entre ellos, destacaba un grupo de ángeles, denominados “arcángeles”, que entre ellos se encontraban nombres como: Remiel, Sariel, Uriel, Rafael, Gabriel, Miguel o, la mano derecha de Dios, Samael. Sin embargo, aún con dicha compañía, Dios sentía que le faltaba algo, pues los ángeles eran tan semejantes a él que eran prácticamente perfectos. Así pues, al Creador del Universo, se le ocurrió crear a otro conjunto de seres menos puros, más imperfectos y que tuviesen la capacidad de elegir entre el bien y entre el mal a libre albedrío. Los llamaría hombres y mujeres.

Samael  no compartía la idea de su señor, pues no le era concebible la idea de crear a unos seres inferiores para tener la obligación de educarles. Mas, Dios no hizo caso de su opinión y puso en marcha la empresa y creó a Adán, el primer hombre, y Eva, la primera mujer. Dios dejó al hombre y a la mujer vivir en un paraíso conocido como Edén, pero sólo tenían una regla: no comer del árbol de frutos rojos (el árbol prohibido). El astuto Samael, a escondidas de Dios, se apareció ante Eva, la más curiosa de los dos y la engañó para que cogiera alimentos de aquel árbol y lo compartiese con Adán. Al enterarse Dios se enfureció y los desterró al cruel mundo que en el que en la actualidad mora el ser humano.


A pesar de todo aquello, Dios se siguió preocupando por los humanos. Samael decidió que había perdido el juicio y reunió un grupo de ángeles y arcángeles para destituirlo y que él ocupase su cargo, sin embargo, el arcángel Miguel se enteró de la inminente traición por parte de su hermano e infirmó a su señor. Se originó la primera y más devastadora guerra de todos los tiempos, en la que perecieron ángeles de ambos bandos. Dios y su corte celestial fueron los vencedores. Cuando tuvo al arcángel amotinado arrodillado a sus pies, fue compasivo y le dijo: -Si quieres ser rey lo serás, pero no del cielo, ni de la tierra. Serás rey de las almas corrompidas por el poder. Como la tuya.-  Dios le despojó de sus alas a él y a los supervivientes que comandaba la antigua mano derecha de Dios y los encerró en el núcleo ardiente de la Tierra. Dios prohibió a todo ser viviente que pronunciase el nombre de “Samael”, se le conoció por mil nombres: Satanás, Lucifer, Belcebú… Y consiguió su objetivo de ser rey. El Rey del Infierno.





6 de agosto de 2016

El color de la inexistencia


Blanco es el color de la inexistencia,
de la falta de sentido,
de la falta de apetencia.

Es el color de unos ojos vacíos,
sin alma, sin vehemencia.
El color del olvido.

El blanco se tiñe de matices
mas allá de una escala de grises.

Azul de un cielo infinito.
Rojo del corazón que palpita.
Verde de la hierba que pisas.
Naranja de un atardecer cautivo.


30 de julio de 2016

Criaturas y leyendas - Apolo y Dafne


Apolo  observaba como Eros practicaba con el arco y dijo, jactándose: - Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y los feroces enemigos. Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo conozco y no pretendas comparar tus victorias con las mías.

Eros se enfureció de oír aquello y, colérico, sacó de su carcaj dos flechas: una hermosa y llamativa flecha de oro (con el poder de hacer amar) y una mellada y oxidada flecha de plomo (con el poder de hacer odiar). En la primera flecha grabó el nombre de “Dafne” y le acertó con ella a Apolo en el corazón e inmediatamente se quedó prendado de la hermosura de la joven ninfa. En la segunda, grabó el nombre de “Apolo” y se la clavó a Dafne en el corazón, que de momento le recorrió una ira y repulsión ilógicas hacia el dios de las artes y la música.

Desde entonces Apolo buscaba a Dafne y ella le rehuía. Una de las veces que Dafne se lavaba en el río Peneo, Apolo la observaba, escondido detrás de un árbol, en ese momento fue tal el arrebato de pasión al que sucumbió él, que fue corriendo en busca de la mujer que amaba. Ella se percató de ello y en respuesta salió huyendo por la orilla del río, mas esta vez Apolo no se dio por vencido y continuó la carrera. Al ver, Dafne, que, gracias a sus aptitudes de cazador, Apolo la estaba alcanzando, le entró un ataque de pánico. No sabía que podía hacer, la iba a coger. Con desesperación y con lágrimas emanando de sus ojos color avellana, le rogó a su padre, el dios Ladón, que si de verdad quería a su hija acabase con su sufrimiento.


El dios del río, Ladón, escuchó las súplicas de su hija pequeña e hizo que los pies de la joven se hundieran en la tierra que pisaba, convirtiéndose en raíces; sus brazos se retorcieron para convertirse en ramas y se arrugaron y endurecieron al igual que el resto del cuerpo, que ya se había convertido en madera cuando Apolo la abrazó desolado. Apolo agarró el rizado pelo de Dafne que se estaba transformando en follaje, sin embargo, cuando las tenía entre sus manos ya era tarde, habían sucumbido al poder del dios, se convirtieron en un puñado se hojas de laurel que el mismo regó con sus lágrimas por su corazón desolado y se las colocó a modo de corona en su propia cabeza como símbolo de que jamás se olvidará de su amor. Dafne.



10 de julio de 2016

Mi Málaga querida

Los kilómetros nos separan,
ya no puedo acariciarte,
ya no puedo observarte.

En el azul de tu mirada
recuerdo una sonrisa radiante
y un cabello, revoloteando, azabache.

Tu piel acaramelada,
dura como el diamante,
y de gran semblante.

Pienso en ti cada día,
mi Málaga querida.