Zeus envió a Hermes, el mensajero del Olimpo, para realizar
una misión, asesinar a Argos, el guardián de la diosa Hera. Mas, era una ardua
tarea la que le habían encomendado al mensajero, no llamaban, al guardián,
Argos de todos los ojos por nada, era el mejor protector y cuando Hermes lo vio
por vez primera comprendió el porqué.
Era un ser semi-amorfo de fuertes brazos y de corpulencia
asombrosa, pero aquello no era lo que le hacía merecedor de su reputación, sino
que lo eran sus ojos, que no sólo tenía una
visión agudizada, se repartían por todo su cuerpo multitud de ellos.
El asesino lo siguió con cuidado durante cuatro días, con
sus cuatro noches, esperando el momento propicio para apuñalarlo. Sin embargo,
sus ojos eran capaces de mirar a todas las direcciones a la vez, nunca bajaba
la guardia, ni tan siquiera para dormir, ya que sus ojos dormían por turnos y
no hubo ni un solo instante en que Hermes viese que se cerraban todos a la vez.
Así que podía pillarlo desprevenido y no iba a arriesgarse a
un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, puesto que aquella bestia superaba su altura
en dos cabezas, por lo menos. Tras mucho cavilar se le ocurrió una magnífica
idea. Lo primero fue disfrazarse de pastor y se acercó al lugar por donde
rondaba Argos.
-Tiene que ser muy duro tener que estar todo alerta, sin
descanso- le dijo Hermes –Deberías tomar algo.
-Tienes toda la razón buen pastor, no me vendría mal un poco
de vino. Hace mucho calor y tengo la garganta seca-carraspeó el guardián.
Le ofreció un odre, lo que no sabía Argos era que aquel
recipiente no contenía solamente vino, le había añadido un potente somnífero.
El astuto mensajero esperó pocos minutos a que aquella droga hiciese su efecto,
el guardián se acomodó bajo un frondoso y verde árbol. Al mercenario le faltó
tiempo para decapitarlo y presentárselo a Zeus para recibir su recompensa.
Al siguiente día la tragedia llegó a oídos de Hera. La diosa
sintió tanta lástima por lo sucedido que decidió que todos los pavos reales
portasen en sus colas pequeños ojos que nunca durmieran, en honor de su fiel
guardián.