6 de marzo de 2016

Criaturas y leyendas - El Cortijo Jurado

Eran finales del siglo XIX, María estaba encerrada con llave en una de las habitaciones del sótano. Tras horas de gritos sobrecogedores y de llantos ahogados, tenía un dolor persistente en la garganta y las lágrimas que le habían caído por su infantil rostro se habían secado, haciendo visible trazos salinos, que partían desde sus ojos irritados. Sin embargo no desistió en la tarea de pedir auxilio. Lo que ella desconocía que la hacienda de sus captores estaba situada a varios kilómetros al este del núcleo urbano de Málaga. Por lo que nadie más que los apresadores eran capaces de oír tanto temor. El sufrimiento de la pequeña era música melodiosa para sus oídos, se deleitaban con ello.


Por los pasillos de la casa resonaba un reloj de pie que daban las once menos cuarto. Desde el otro lado, alguien empezó a trastear la puerta. La chica se encogió en una de las esquinas de la habitación, de tal forma que la cara era tapada por sus propias rodillas y una cascada de cabellos color pardo. Ya no se oyeron más sonidos metálicos de la cerradura, la niña apretó las rodillas contra su pecho e hizo un llanto sordo. Una silueta con una túnica y una capucha del color de la noche se le acercó y la levantó con brusquedad del brazo.  La arrastró por un pasillo hasta llegar a una amplia sala, aunque la chica se resistió, el encapuchado, que parecía ser un hombre, poseía más fuerza que ella y eso sólo le sirvió para que él le oprimiera más firmemente de la muñeca.

En la sala se encontraban cuatro encapuchados más, todos dispuestos alrededor de un geométrico símbolo dibujado en el suelo. Cada uno de ellos portaba un cirio oscuro encendido, que era lo único que alumbraba aquella tétrica escena. Colocaron a la joven en medio de ellos y su captor pretendió desvestirla con abrumadora violencia mientras los demás alzaban canticos en una lengua ya muerta, pero ella consiguió liberarse de las vastas manos del hombre, con tan mala suerte de caer al suelo. La chica se apresuró a ponerse en pie, mas una sexta silueta apareció con un cuenco en una mano y algo que relucía en la derecha. Se quedó mirándolo, absorta, tenía miedo pero cuando se unió a los cánticos su voz era agradable al oído y suave como el sonido de la brisa. Se quedó inmóvil, cautivada por aquel sonido.

Quien la hubo dejado escapar volvió a agarrarla, esta vez de ambas muñecas y el de la voz cautivadora se acercó colocando lo que portaba en la mano derecha, una daga, contra el cuello de la niña y debajo, de él, el cuenco. El silencio se hizo en la boca de todos los presentes y él susurró una estrofa de forma pausada y perfectamente audible para la niña, pero ella era incapaz de comprender el idioma. Al articular la última letra, hizo  un rápido gesto con el cuchillo y acabó con la noche de terror que hubieron causado a la joven.


Aquella fue el primer asesinato en aquella finca, sin embargo, no se trató del último, pues le continuaron cuatro asesinatos de jóvenes vírgenes más, cada cual fue torturada y sacrificada con más brutalidad que la anterior. La leyenda cuenta que los espíritus de aquellas víctimas quedaron atrapados entre aquellas cuatro paredes y, al no encontrar su descanso eterno, atormentaron a la familia Larios, hasta el punto de llevar al Marqués de Larios a la locura. No contentas con ahuyentar a cualquier familia que haya vivido en aquella hacienda, atormentan a todo aquel que ose entrar en su morada.



Fuentes: