Eran finales del siglo XIX, María estaba encerrada con llave
en una de las habitaciones del sótano. Tras horas de gritos sobrecogedores y de
llantos ahogados, tenía un dolor persistente en la garganta y las lágrimas que
le habían caído por su infantil rostro se habían secado, haciendo visible trazos
salinos, que partían desde sus ojos irritados. Sin embargo no
desistió en la tarea de pedir auxilio. Lo que ella desconocía que la hacienda
de sus captores estaba situada a varios kilómetros al este del núcleo urbano de
Málaga. Por lo que nadie más que los apresadores eran capaces de oír tanto
temor. El sufrimiento de la pequeña era música melodiosa para sus oídos, se
deleitaban con ello.
Por los pasillos de la casa resonaba un reloj de pie que daban
las once menos cuarto. Desde el otro lado, alguien empezó a trastear la
puerta. La chica se encogió en una de las esquinas de la habitación, de tal
forma que la cara era tapada por sus propias rodillas y una cascada de cabellos
color pardo. Ya no se oyeron más sonidos metálicos de la cerradura, la niña
apretó las rodillas contra su pecho e hizo un llanto sordo. Una silueta con una
túnica y una capucha del color de la noche se le acercó y la levantó con
brusquedad del brazo. La arrastró por un
pasillo hasta llegar a una amplia sala, aunque la chica se resistió, el
encapuchado, que parecía ser un hombre, poseía más fuerza que ella y eso sólo
le sirvió para que él le oprimiera más firmemente de la muñeca.
En la sala se encontraban cuatro encapuchados más, todos
dispuestos alrededor de un geométrico símbolo dibujado en el suelo. Cada uno de
ellos portaba un cirio oscuro encendido, que era lo único que alumbraba aquella
tétrica escena. Colocaron a la joven en medio de ellos y su captor pretendió
desvestirla con abrumadora violencia mientras los demás alzaban canticos en una
lengua ya muerta, pero ella consiguió liberarse de las vastas manos del hombre,
con tan mala suerte de caer al suelo. La chica se apresuró a ponerse en pie,
mas una sexta silueta apareció con un cuenco en una mano y algo que relucía en
la derecha. Se quedó mirándolo, absorta, tenía miedo pero cuando se unió a los
cánticos su voz era agradable al oído y suave como el sonido de la brisa. Se
quedó inmóvil, cautivada por aquel sonido.
Quien la hubo dejado escapar volvió a agarrarla, esta vez de
ambas muñecas y el de la voz cautivadora se acercó colocando lo que portaba en
la mano derecha, una daga, contra el cuello de la niña y debajo, de él, el
cuenco. El silencio se hizo en la boca de todos los presentes y él susurró una
estrofa de forma pausada y perfectamente audible para la niña, pero ella era
incapaz de comprender el idioma. Al articular la última letra, hizo un rápido gesto con el cuchillo y acabó con
la noche de terror que hubieron causado a la joven.
Aquella fue el primer asesinato en aquella finca, sin
embargo, no se trató del último, pues le continuaron cuatro asesinatos de jóvenes
vírgenes más, cada cual fue torturada y sacrificada con más brutalidad que la anterior.
La leyenda cuenta que los espíritus de aquellas víctimas quedaron atrapados
entre aquellas cuatro paredes y, al no encontrar su descanso eterno, atormentaron
a la familia Larios, hasta el punto de llevar al Marqués de Larios a la locura. No contentas con ahuyentar a
cualquier familia que haya vivido en aquella hacienda, atormentan a todo aquel
que ose entrar en su morada.
Fuentes:
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