Agarro mi segunda copa de la noche y me la llevo a los
labios. Miro a mi alrededor: una discotecucha llena de niñatos y mis amigas que
ya van bastante pedo, no sé si desde fuera se me verá a mí tan mal, pero me da
igual. Ellas bailan sin importarles hacer el ridículo, parece que se están
divirtiendo, que envidia. En cambio yo no tengo ningunas ganas de levantarme
del taburete.
Se me acerca mi amiga Carla – “Ana, no pongas esa cara tan
larga. Mira el lado positivo, ahora que habéis roto, puedes hacer lo que
quieras. Mira, esto está lleno de chicos y muchos de ellos son monos. Seguro
que a alguno le gustarás. Baila con nosotras y seguro que se te acercan.”
Genial, lo que me faltaba, que me recordase que Roberto
cortó conmigo. Agacho la cabeza, pero esta vez consigo no llorar, soy fuerte.
Vuelvo a mirar a mi amiga e intentando sacar una sonrisa para disimular – “No
tía, no me apetece nada bailar. Hoy estoy muerta.”
-“Pues tú te lo pierdes”- se da la vuelta y continua con su
baile.
Le doy otro sorbo a mi copa y sigo mirando a la gente de la
discoteca. Hay muchos chicos, pero ninguno me llama la atención, decir que
algunos son monos es decir mucho, no hay ninguno que merezca la pena. Bueno,
ese de allí tiene un pase. Y ese otro, pues… sin ese corte de pelo tan raro, a
lo mejor.
Se abre la puerta y entra un grupillo de chavales, pero yo
sigo a lo mío. Cuando pasan por al lado mía, me fijo en uno de ellos. Alto, pelo
castaño y unos ojazos azul claro. Es muy guapo. Lo sigo con la mirada y se
queda con unos cuantos del grupo en la barra, mientras el resto de ellos se
dirige al fondo de la discoteca. Seguramente para pillar sitio o ir al baño,
pero a mí eso no me importa. Me quedo embobada mirándolo a él.
Está hablando con uno de los que ha entrado con él. Por un
momento mira hacia donde estoy y me sonríe, tiene una sonrisa preciosa, de esas
que inspiran confianza desde el primer
momento. Me pongo un poco nerviosa, seguro que me he puesto roja. Tomo otro
sorbo y me escondo detrás de la copa. Se ha fijado en mí, eso significa que le
gusto, ¿no? Pero ahora mismo no quiero nada, aunque… ¿Y si…? ¿Y si Carla tiene
razón? ¿Y si este es el bueno?
No Ana, no digas tonterías, si ni siquiera lo conoces. No me
puedo guiar solamente por el físico, aunque… está muy bien. Parece que está en
forma. Unos bíceps así no se consiguen por arte de magia. Apuesto a que también
le gusta salir a correr. Podríamos correr juntos alguna que otra vez mientras escuchamos
música. ¿Le gustará la misma música que a mí? Ha entrado en esta disco, eso
significa que sí, o puede que haya sido casualidad. Lo miro de arriba abajo,
mientras habla con su amigo, sigue el ritmo de la música con un gracioso
movimiento de pie. Confirmado, le gusta. Podría acercarme a bailar con él, me
encantan los chicos que bailan bien, ojalá que sea un gran bailarín.
¿Y si voy a hablar con él? No sé si es buena idea. Se echa
en la barra y le pide algo a la camarera, pero no consigo oírlo. Después de los
escasos minutos que dedico en pensar si voy o no, veo que lleva una copa con
una bebida oscura. Es un ron-cola, lo mismo que me he pedido yo. Será una
señal.
Doy un trago largo y me decido a levantarme e ir hacia él, llevando
la conmigo. A cada paso que doy estoy más nerviosa. No soy capaz de mirar más
allá de mis zapatos. El alcohol no me hecho el efecto que yo quería.
Cuando llego hasta él no pude mirarle a la cara y le suelto
– Hola, me llamo Ana.- le miro directamente y me doy cuenta de que se está
enrollando con su “amigo”. ¡No puede ser!
El chico deja lo que estaba haciendo y se dirige a mí –
Perdona, no te he escuchado. - ¡Mierda! ¡Tierra, trágame! - ¿qué quieres?
-Sí me dejabas sitio en la barra. Quiero pedir otra copa.-
es lo primero que se me ocurre.
-Pero si aún te queda media copa.
Me ha pillado, ¿qué hago? Me tomo todo de un trago – Pues ya
no. – me apoyo un poco mareada en la barra y grito -¡Camarero, ponme una copa
de algo fuerte!- todo me sale como el culo. Empezamos bien la noche…
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