Era una noche como otra cualquiera en el orfanato. Todos los
niños nos reunimos en la sala más grande y nos sentamos en el suelo a la espera
de Lim. Entró un hombre grande y grueso, con expresión amigable en el rostro,
era Lim. Como todas las demás noches se sentó frente a nosotros y después de
vislumbrar nuestras infantiles caras de impaciencia, empezó a hablar.
-Hola niños. ¿Qué historia queréis que os cuente hoy?
Se inició un revuelo entre los niños y niñas. –Cuenta otra
vez la historia del príncipe- dijo Mari.
-Yo quiero la de Aníbal, el rey de los hunos.- dijo Lucas.
-No, no quiero esa
historia.- protestó Peter.
A éstas le prosiguieron otras peticiones y opiniones, pero
la gran mayoría se pisaban unos a los otros y se hacían incomprensibles.
-Silencio, niños. Silencio- intervino Lim, todos se callaron,
atentos a sus próximas palabras. –Hoy va a elegir la historia Yenna, que aún no
ha dicho nada.- Al oír mi nombre me sonrojé. –Dime Yenna, ¿qué cuento quieres
que narre?
Me quedé pensando un rato ¿qué cuento quería yo? Se me vino
a la mente una historia que me solía contar mi padre para que me durmiera.
–Quiero que nos cuentes la extinción de los dragones.-
El cuentacuentos sonrió –No es una historia que me suelan
pedir, aunque es una buena historia- se dirigió a la chimenea y alimento el
fuego –acercaos y poneos cómodos, os voy a contar una historia que sucedió hace
más un siglo…
Imaginad una tierra lejana en la que reinaban exóticas y
grandiosas criaturas. Reptiles provistos de alas, prominentes dientes y garras
afiladas como dagas. Los primeros habitantes los llamaron dracos,
posteriormente se les conoció con el nombre de dragones.
En un principio los habitantes de esas tierras desconocían
la existencia de aquellos animales. No fue hasta la primera migración de los
dragones, cuando los vieron atacando sus hogares y devorando sus rebaños. Los
ataques fueron cada vez más cuantiosos, incluso llegaron a haber muertes
humanas.
Los aldeanos, atemorizados, pidieron ayuda al rey Jordain
III pero éste no oyó las súplicas de su pueblo, hasta que en uno de los ataques
hubo muertes de un importante duque de su Majestad. Y empezó a poner precio a
las cabezas de dichas criaturas.
Así fue como empezó La Gran Cacería.
Tanto el ejército del rey como cientos de mercenarios comenzaron
un sanguinario exterminio de los dragones. Mas no sólo se derramó la sangre de
los dragones, sino de sus cazadores también, por cada dragón morían poco más de
una docena de hombres, pero el rey no paraba en su empeño.
Entre tantos y tantos mercenarios y cazadores se encontraba
un hombre llamado Orkim, muchos decían que era un héroe, un valiente, más lejos
de la realidad… Sólo era otra pobre alma con hambre de oro. Pero era muy
habilidoso con la espada, había matado a tantos dragones que ni él mismo pudo
llevar la cuenta.
Por eso, y por el agrado del rey, no fue de extrañar que le
obsequiase con un terreno para que Orkim y su familia viviesen cómodamente.
Pasaron los años y, lo que antes habían sido feroces criaturas, estaban al
borde de la extinción. No sabían dónde se escondían los últimos, pero sabían
que aún había alguno con vida.
Tras meses de búsqueda los exploradores dieron con lo que
posiblemente se trataba de la guarida de los últimos dragones. Por lo que Orkim
fue convocado por el rey para una misión más, la aniquilación definitiva de los
dragones. Al joven Laru, primogénito de Orkim, no le hizo mucha gracia, intentó
convencer a su padre de que no lo hiciera, pero todo intento fue en balde.
Aquel nido estaba infestado de aquellos lagartos voladores,
murieron muchos de los atacantes, pero nuestro protagonista aún seguía imbatible.
Al frente de la lucha, dejó a sus compañeros en la retaguardia y el prosiguió
cortando cabezas. Cuando llegó al último rincón de los túneles se encontró con
un dragón enfurecido, como los demás, pero éste lo estaba porque Orkim había entrado
en el lugar donde los dragones guardaban sus huevos, sus futuros hijos. Aquel
sitio estaba lleno de ellos, parecía un mar de perlas ovaladas. Aunque su contrincante
se defendía con fiereza, no pudo evitar sucumbir a la espada del mercenario, no
obstante, antes de darle muerte el dragón, le dejó un vistoso recuerdo en el
costado con ayuda de sus garras, aunque no era grave.
Con la bestia fuera de escena, empezó a pisotear los huevos.
<< Alto>> gritó una voz joven. Era su hijo, lo habría seguido hasta
aquel lugar.
<<¿Qué haces aquí?>>
<> respondió el joven señalando a su alrededor.
<<¡¿Parar ahora?! ¿Aún sigues con esas estupideces,
muchacho? Esta es mi gran oportunidad. Si acabo con todo esto el rey me dará un
título nobiliario. Seremos inmensamente ricos y poderosos.¿Acaso no quieres
eso?>>
<<No si
es un dinero manchado con sangre>>
<<Ellos
fueron los que empezaron, no nosotros>>
continuó replicando el padre.
<<¿No tenía suficiente con que huyeran de usted que
tenía que matar hasta el último?>>
<<Es
cuestión de principios>> se dio la vuelta y
continuó rompiendo los huevos.
El joven cogió a su padre, rozándole el costado herido.
Intentó reprimir un alarido de dolor y tiró a su hijo al suelo de un fuerte empujón.
<<¡Me he hartado yo de tu
cobardía! A partir de ahora sólo tengo una hija. El apellido Argonuas no será
malgastado en un cobarde como tú>>
En ese momento llegaron los demás combatientes, el hijo
repudiado se levantó y, cabizbajo se perdió entre la multitud para salir de
aquellas cavernas.
Aquella fue la noche en la que se extinguieron los dragones
o, por lo menos, debería haberlo sido, puesto que Laru, no se fue con las manos
vacías de la zona de batalla. Debajo de su capa escondió uno de los huevos y
jamás se volvió a saber de él.
Oí las últimas palabras del cuentacuentos, pero como si
oyera de llover, el sueño podía más conmigo que el interés por la historia.
Dando un cabezada me alarmó un rugido – Un dragón- grité con miedo, pero a la
vez con ilusión. Otra vez lo volví a oír. Miré a mi barriga – sólo es mi
estómago, que ruge por el hambre. Los niños rompieron en carcajadas, sin
embargo no me importaban aquellas risas burlonas, solamente la sonrisa amistosa
que me dedicaba Lim.
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