Los mayores se paran
delante de los cuadros de la sala y se ponen a mirarlos durante minutos,
como si les estuvieran escuchando atentamente. ¡Pero qué tontería! Los cuadros
no hablan. ¿Y si pudieran hablar? No tendrían nada que decir, son demasiado aburridos.
Preferiría estar viendo la tele echada en el sofá. Eso sí que es divertido y no
este muermo.
Pero bueno, mis padres me han obligado a venir y a mi móvil
ya no le queda batería, así que me daré una vuelta por aquí.
Todo lleno de cuadros feos y que no hay manera de entender.
Me acerco a uno. Este cuadro no hay por dónde cogerlo, inclino la cabeza, me
alejo, me vuelvo a acercar. Pero por más vueltas que le doy, no distingo
absolutamente nada. Miro la plaquita que está al lado del cuadro, a ver qué quería
mostrar el autor: “Título de la obra: Sin título”. Ni el mismo autor sabe lo
que es. Bueno, pasemos al siguiente.
Peor que el otro. Y el título… igual. Esto del arte
abstracto es algo que se han sacado de la manga los artistas para conseguir
dinero fácil por cuatro manchas y unas cuantas rallas mal dibujadas.
Vuelvo a echar otro vistazo rápido a la sala, no encuentro
nada que me gust… Espera, ese cuadro no lo había visto antes. Me quedo de pie
frente a él y me quedo como hipnotizada, no sé decir el porqué, pero tiene
algo. Siento como si la luz del cuadro saliese del cuadro y me llamara. Las
líneas borrosas y los colores empiezan a definirse y a brillar. Veo como de
repente me envuelve un campo de flores del tamaño de árboles. Cuantos colores,
cuantos aromas. Y arriba una cielo perfecto, sin una sola nube, sólo el sol
reluciendo como nunca antes había visto en un celeste puro.
No sólo lo veo, también lo siento, siento ese olor a rocío
de por la mañana, siento una agradable brisa y un aroma que me atrapa. Me viene
la historia que me leía mi padre de pequeña, “Alicia en el país de las
maravillas”, siempre me decía que era su historia favorita. Y ahora también la
mía. Me trae viejos recuerdos que ya creía olvidados, me hace sentir…
- Carla- la voz de mi padre devuelve a la realidad –Venga,
nos vamos.
Lo miro y luego vuelvo a mirar el cuadro. – ¿De verdad
tenemos que irnos?
Mi padre sonríe, parece como si estuviese contento y triste
a la vez. – ¡Vaya! Creía que nunca más iba a poder ver esa mirada.
-¿Qué mirada?
-Esa mirada que dicen quiero-ver-más. Una mirada deseosa de
descubrir cosas nuevas. Como la que tenía tu abuela.- Reconozco que estas
palabras me han emocionado, la echo mucho de menos.
Debe habérseme notado, porque mi padre me da un abrazo
cariñoso, tierno y no puedo reprimir algunas lágrimas. Despega su cuerpo del
mío y observa el cuadro.
Me seco las lágrimas, o más bien las reparto por mi cara.
–Me gusta este cuadro, me hace sentir bien.
- ¿Sabes? Tu abuela solía decir que los artistas no tienen el
mismo significado para todo el mundo, que eran como cuerpos vacíos que nos
permitían a nosotros mismo llenarlos con lo que guardamos en nuestro interior. Un
empujoncito para conocernos a nosotros mismos.
Yo no dije nada y mi padre tampoco, nos quedamos los dos
embobados mirando la radiante luz que irradiaba aquella maravilla.
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